Argumento de El Convento de Nuestra Señora Santa María de los Reyes
Palacio, cárcel y convento. Pese a su humilde escala y a su desnudez artística, pocos edificios presentan en Sevilla un pasado edilicio tan variado e intenso como el que desvelan estas páginas: estamos ante un palacio tardío del Renacimiento sevillano, la única huella que ha quedado en la ciudad de la estirpe de Colón, los duques de Veragua y de la Vega; ante una cárcel secreta de la Inquisición hispalense, que alquiló y a punto estuvo de comprar el edificio; y ante un convento de dominicas descalzas, bastión del Barroco y la Contrarreforma, fundado por la venerable Madre Dorotea, a la que retrató Murillo para impulsar un expediente de santidad que no concedió el Vaticano. Pese a ello, un velo de olvido cayó en la contemporaneidad sobre el edificio, que no computa, en las guías actuales, ni como palacio ni como cárcel, y apenas figura en los repertorios conventuales. La ocupación conventual durante más de tres siglos, entre 1635 y 1970, ha marcado la vida del solar, y como tal ha pasado a la Historia de Sevilla, vinculado a personajes como la Madre Dorotea, el poeta Juan de Salinas, su administrador, o el arquitecto Diego Antonio Díaz, que proyectó su nueva iglesia en el siglo XVIII. En 1986 lo compró la Dirección General de Arquitectura y Vivienda de la Junta de Andalucía, que lo dedicó al uso público y cultural y que aún no ha concluido su restauración, teniendo pendiente tal deuda con la memoria histórica de Sevilla.1