Entusiasta, temperamental y con un talento fuera de lo común para la cocina, Silvia tiene muy claro lo que quiere: abrir un pequeño obrador de repostería con el que ganarse la vida.
Pero tiene todavía más claro lo que no le gusta: no entiende la moda de los cupcakes («esas magdalenas raras», que diría su abuela), no va a enredarse en una relación amorosa (para eso ya está su amiga Casilda) y, desde luego, no piensa presentarse nunca, jamás, ni de broma, a uno de esos concursos de cocina de la televisión.
Sin embargo, Silvia descubrirá que el camino hacia los sueños tiene desvíos inesperados.