El cerco oblicuo es la representación poética de una condena, la personificación de un nuevo Sísifo que, gobernado por la fatalidad y el azar, no encuentra más destino que deambular interminablemente de casilla en casilla sobre la espiral del tablero, prisionero en el irremisible veredicto que conduce del laberinto al treinta y en la certeza geométrica de una proposición: que «el hombre experimenta ante la imagen de una cosa pasada o futura la misma afección de gozo o de tristeza que ante la imagen de una cosa presente».