Me quité el sombrero,
y sentí cómo un rayo
cruzaba mi pelo,
el cuero cabelludo y mis sesos.
Y siguió bajando
a través del cuello,
del esófago y, luego,
dividiéndose en dos,
salió por la punta
de algún que otro dedo
de mi pie derecho
o, tal vez, del izquierdo.