Argumento de El Archipiélago Orwell
La recapitulación de las consignas expresadas en los primeros escritos de Mao muestra, pues, una serie de ideas muy limitadas en su número y profundidad, a las que el tono categórico, la aparente simplicidad incuestionable y la finalidad supuestamente benéfica impulsa a calificar de verdaderas sin serlo en absoluto. De hecho enuncian perfectas falsedades, datos parciales, observaciones partidistas. Resultan halagadoras para las supuestas amplias masas por la misma pobreza de su análisis, entroncan con el pragmatismo tradicional y rural y, al eliminar los conceptos de excelencia, especulación teórica, valoración del individuo y creación libre, reducen el horizonte a dimensiones de mínimo esfuerzo intelectual. Se trata de simples estrategias coyunturales, pero la situación de poder por parte del Partido que las propugna, del Jefe que las afirma, hace de ellas dogmas. Sus inseparables compañeros son la denuncia, represión y eliminación de cualquier planteamiento, actividad, obra y persona concreta que les sea ajena. Su eficacia en la construcción de parcelas totalitarias, y las dimensiones de éstas, dependerán de la cantidad de poder de la que los que las utilizan dispongan. Podrán construir, no ya islas, sino un vasto continente del tamaño de la República Popular China. Eliminarán física o socialmente a unas cuantas decenas de millones de personas -ay de los disidentes cuando se manejan cifras macroscópicas-. Reducirán, en cuatro años de experimento camboyano, la población en un tercio. O deberán conformarse, en el caso de países democráticos, con los acogedores cotos de Educación y Cultura que la coyuntura o las votaciones ofrezcan a partidos y grupos de presión. (Págs. 49-50)
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La Revolución Cultural supo capitalizar esa muda e intensa represión, y canalizó adecuadamente hacia los objetivos deseados la soterrada agresividad resultante. Dos años más tarde esa juventud estrictamente dirigida en pensamiento, palabra y obra no aclamará sino a un jefe. (Pág. 74)
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La banalización misma del término totalitario, como del de fascista, constituye, en sí, un serio peligro. El sistema actual, en Europa, no lo es políticamente, pero cuando de totalitarismo se habla conviene entender un proceso que actúa de manera incesante e irregular. No hay una concentración de poder en manos de un solo grupo o partido, ni siquiera un control -¿para qué tomarse tantas molestias?- de todos los aspectos de la vida de la población. Pero sí existe una técnica de dominio de los medios comunicativos-en el caso del Partido Popular español por vía de concesiones estatales, con el partido anterior por medios más burdos de amiguismo y corrupción directa-, de forma que la población sepa lo que conviene en las dosis convenientes. Esto, combinado con el bienestar de la sopa boba, esboza totalitarismos de nueva generación tan mutantes como los virus, inatacables y en los que la víctima es directamente el individuo. El nuevo proceso totalitario, que viene del siglo XIX y del que son testimonios la desaparición de las grandes figuras solitarias, se caracteriza por una especial animosidad contra la grandeza, una perversión del término democracia y una imposición generalizada del gregarismo y el anonimato. Apunta todas sus baterías hacia la anulación del individuo y no advierte que, con él, elimina la fuente y raíz fundamental del progreso y la aventura humana. (Pág. 470)0Capítulo I. Recuerdo de China: Imperio y periferia; Lengua y pensamiento; Segundo viaje al Oeste; Plataforma continental; Marea baja; Cambio de archipiélago; Historias; Cajas chinas; Tierra adentro; La ausencia de Heródoto; La sonrisa de Aristóteles; Veinte años son todo. Capítulo II. Tiempo de chantaje: Brindis; Y el Verbo se hizo izquierda; Añoranza de Camboya; La máquina de infantilizar.
Capítulo III: Las Islas Felices