La aparente pasividad bélica del protagonista de esta novela inmersa en una guerra civil no debe extrañar ni decepcionar al lector. Recibe y acata órdenes de la superioridad. ¿Y qué clase de órdenes? La primera de todas y la más importante: vigilar y fidelizar las retaguardias sublevadas al servicio exclusivo de Franco y, por supuesto, sin provocar litigio o altercado alguno con los respectivos jefes militares con mando en plaza. Respecto a las restantes, las adecuadas para cada momento: instruir a unos miles de alféreces provisionales; facilitar la unión entre la Falange y la Comunión Tradicionalista a partir de la más estricta jurisdicción militar; mantener y exigir unas buenas relaciones con la Iglesia Católica o, llegado el caso, formar parte de un consejo de guerra de oficiales generales. Y también ruego al lector que deje circular libremente por su imaginación tanto a los protagonistas de esta novela como a Granada, la ciudad cariñosamente elegida.