El autor se propuso la tarea de poner de relieve que el cristiano no sería buen cristiano a menos que se volcara en una presencia activa en medio de los hombres y en la sociedad misma; pero, por otra parte, llegaría indefectiblemente al propio agostamiento, si no atendiera al cuidado de su propia alma, es decir, si no tuviese la continua preocupación de estar unido a la vida, de la cual él es sólo un sarmiento. Los frutos dependen de esta unión, pues, sin la savia, el sarmiento se seca.
«La respuesta a la pregunta ¿cómo se puede ser apóstol? está ya dada en una amplia literatura ascética; basta recordar la notabilísima obra del P. Chautard: El alma de todo apostolado, actual siempre por sus afirmaciones, que son fundamentales y nos llevan a fortalecer las raíces interiores del apostolado externo. El apostolado es un fenómeno de exuberancia espiritual y personal... No puede ser verdadero apóstol quien no tiene una personal profunda, ardiente vida interior». (Pablo VI, 31-1-1968)