De forma sistemática los sucesivos gobiernos anteriores al Desastre Ecológico, habían cerrado los ojos y hecho oídos sordos a las llamadas angustiosas de los grupos que, desde diversas ideologías, reclamaban la atención sobre el continuo deterioro que las grandes industrias y la depredación del hombre causaban en el planeta. Cuando se advirtió el error la magnitud del desastre era tan grande que era imposible recuperar lo perdido, y contra toda lógica, continuaron caminando a pasos agigantados hacia la propia destrucción, hacia la total eliminación de toda vida animal y vegetal sobre la tierra. Hacia el suicidio. Y entonces surgieron una nueva clase de políticos. No prometían mejoras económicas, no clamaban por la igualdad, simplemente garantizaban poder respirar aire limpio. Consiguieron un apoyo popular que sólo en nombre de la vida podían conseguir y exigieron al pueblo total confianza y obediencia en las nuevas leyes que promulgarían.