En este ensayo, el autor de Velocidad y política examina el tema del accidente de los conocimientos y de la necesidad urgente, si no de un museo, al menos de un «conservatorio de catástrofes».
Catástrofes industriales o naturales, su progresión pasó a ser no sólo geométrica sino también geográfica, cuando no cósmica. Errare humanum, perseverare diabolicum: según este adagio, el Progreso de la catástrofe contemporánea exige una inteligencia nueva, en la que el principio de responsabilidad sustituya definitivamente al de la eficacia de las tecnociencias: arrogantes hasta el delirio, estas ponen al futuro en un callejón sin salida, trágico atolladero de una desmesura contra la cual se elevaron, en los comienzos de la civilización occidental, los mundos grecolatino y judeocristiano.