Educar sin castigar es posible. Pero para ello debemos cambiar nuestro
estilo educativo. A golpe de sanción no se consigue nada, porque en educación
nada se consigue a golpes. El castigo no ha de ser la norma, sino la
excepción; no ha de ser ordinario, sino algo extraordinario.Una dinámica de
premios y castigos nos lleva a un punto muerto, o incluso de retroceso. La
única forma de salir adelante pasa por cambiar de metodología. Si algo no
funciona, es poco inteligente que continuemos utilizándolo. Probemos otras
alternativas, como la motivación positiva, el diálogo, las consecuencias
educativas sensatas o las estrategias para ejercer la autoridad; de todas
ellas se habla en este libro.Eso no significa que no hayamos de contar con los
premios y los castigos; al contrario, debemos conocer muy bien su
funcionamiento para llegar a no tener que utilizarlos, de modo que nuestro
estilo educativo tenga como lema: la letra con cariño entra y haga posible
educar sin castigar.La misión que nos corresponde como padres tiene un alcance
inconmensurable. Somos, parafraseando a George Steiner, cómplices de una
posibilidad trascendente, pues en nuestras manos está lo que serán nuestros
hijos, y de cómo los eduquemos dependerá en gran medida qué tipo de personas
llegarán a ser.