Hombres de acción: conquistadores de imperios, exploradores de tierras incógnitas, viajeros de la frontera, revolucionarios, estadistas que transforman sociedades, fundadores de religiones, delincuentes, seductores de leyenda... Dejando al margen juicios morales y santurronerías hipócritas, todos ellos despiertan esa admiración y esa envidia que nacen de la reverencia, secreta o declarada, que rinde la especie humana a la fuerza de voluntad, a la capacidad de imponerse sobre el mundo que nos rodea y moldearlo a nuestro capricho. Cerrado el libro que cuenta las hazañas del gran hombre o alejado el paso de la estatua que perpetúa su gloria oxidada, volvemos al recinto de nuestros límites cotidianos con un suspiro de nostalgia por aventuras nunca vividas. Pero también existen, casi clandestinos, aventureros de la mente que exploran los recovecos de un argumento con tanto arrojo y voluntad como si en ello les fuera la vida. La historia que aquí se cuenta es una aventura intelectual del siglo XIX. El lector tiene ante sí un pugilismo desigual emprendido por un erudito de 32 años de la Universidad de Oxford, Richard Whately, contra uno de los colosos de la modernidad, David Hume, y su teoría de los milagros. El objeto de esta guerra de ideas es elevado y plantea preguntas comprometidas: ¿en qué podemos creer? ¿cómo sabemos lo que creemos? Su trasfondo, igualmente severo, atañe a la validez de la revelación cristiana. En cambio, la forma elegida para combatir es gozosamente humorística, lo que en las artes argumentativas se conoce como reducción al absurdo. Se trata de una ingeniosa ficción irónica que plantea a los lectores de 1819 si, desde un punto de vista racional, un seguidor del empirismo que Hume había aplicado a los milagros cristianos podría afirmar que Napoleón Bonaparte existió alguna vez. Esta historia inglesa tiene un destacado apéndice francés que se incluye también en este volumen; otro aventurero de la mente, Jean-Baptiste Pérès, coprotagoniza este talentoso empeño de borrar a Bonaparte de los anales de la realidad contada, un empeño cuyos contornos prefiguran algunas ansiedades posmodernas sobre que la realidad contada sea, en realidad, la única realidad que cuenta.