En un barrio marinero de la Andalucía occidental ocu- rría un extraño fenómeno, algo que sólo podían ver los marineros cuando se alejaban de las aguas del puerto en sus pequeños Juanelos, o traíñas. Tres buitres acu- dían cada madrugada entre las tinieblas del puerto pes- quero a la hora justa de la salida de la flota. Este fenómeno o ritual maléfico se repetía desde hacía ciento sesenta años. Pero habían ocasiones, consideradas por los marineros extraordinarias, en que aparecían sólo dos grajos que acompañaban en vuelo bajo a la Señora: María la eterna. Una dama vestida de blanco que les decía adiós con su pañuelo, envuelta en una aureola de luz fosforescente. En el barrio sabían que había una casa donde anidaban las brujas.