Siguiendo las enseñanzas del Vaticano II y en correspondencia con las necesidades particulares de los tiempos en que vivimos, el Papa nos invita a buscar y a descubrir en el mismo Cristo el rostro del Padre. Un Padre que se revela rico en misericordia cuando escuchamos el mensaje mesiánico de Cristo, cuando meditamos la parábola del hijo pródigo, cuando contemplamos el misterio pascual. La Iglesia, como María, profesa, proclama y practica la misericordia del Padre.
El hombre contemporáneo, como el hijo pródigo, tiende aparentemente a prescindir de Dios, a alejarse de él; pero se siente, sin embargo, amenazado, y apela casi inconscientemente a la protección del Padre. En la presente encíclica el Papa quiere acoger esta llamada y convoca a la humanidad a practicar y vivir la misericordia divina.Siguiendo las enseñanzas del Vaticano II y en correspondencia con las necesidades particulares de los tiempos en que vivimos, el Papa nos invita a buscar y a descubrir en el mismo Cristo el rostro del Padre. Un Padre que se revela rico en misericordia cuando escuchamos el mensaje mesiánico de Cristo, cuando meditamos la parábola del hijo pródigo, cuando contemplamos el misterio pascual. La Iglesia, como María, profesa, proclama y practica la misericordia del Padre.
El hombre contemporáneo, como el hijo pródigo, tiende aparentemente a prescindir de Dios, a alejarse de él; pero se siente, sin embargo, amenazado, y apela casi inconscientemente a la protección del Padre. En la presente encíclica el Papa quiere acoger esta llamada y convoca a la humanidad a practicar y vivir la misericordia divina.