Este profesor es alguien sin nombre, alguien a cuya intimidad se asoma el lector, y que medita acerca de su vida en plena madurez. Una vida que se siente lastrada y que percibe también lastrada en los demás. Espera. Recuerda. Se pregunta. Se serena. Se inquieta. Se duele. Ama. Descubre. Se entristece. Flaquea. Se protege. Anhela. Comenta. Se armoniza. Lamenta. Se deja vencer.
Leves pinceladas narrativas repartidas a lo largo de la obra permiten al lector percibir la existencia de u conflicto personal que afecta a las relaciones familiares.
En el momento actual, infravalorada por la sociedad la figura del profesor, aquí es presentado como un ser humano que ha vivido y que ha llegado al escepticismo. Pero no hay culpables. No se acusa a nadie ni se pone en entredicho modelo educativo alguno, porque el desencanto del personaje sobrevuela todo hecho puntual. Simplemente se le ve como víctima quizás de una vida en la que todos estamos inmersos y ante la que todos somos frágiles. Y el constatar ese hecho, el aprender y enseñar a enfrentarlo sin aspavientos, conscientes de una realidad, resulta algo positivo. Quizás esa sea su mejor sesión académica.