Ackroyd consigue desenmascarar al respetable adalid de la rectutud victoriana, de la confortable vida familiar y de las normas de cortesía para mostrarnos a un hombre que arrastró toda su vida un enigmático sentimiento de pérdida, y que además de acompañar a Wilkie Collins en turbias escapadas nocturnas, llevó una vida amorosa tan complicada y poco convencional como la de cualquiera de los grandes genios del siglo xx.
Sin embargo, todo ello, así como la constante preocupación por el dinero o sus enfados por la piratería de sus libros, no tendría un genuino interés si no fuera por el modo en que los aspectos biográficos inciden en la obra creativa de Dickens, aspecto que Ackroyd se ocupa de analizar de un modo riguroso, trazando al mismo tiempo un espléndido panorama del Londres en que vivió uno de los escritores más importantes de todos los tiempos.
Por fin ha encontrado Charles Dickens un biógrafo a su altura.
En el segundo centenario de Charles Dickens, todos volveremos los ojos hacia un escritor que aúna la condición de clásico con el enorme éxito popular (que se pone de manifiesto, por ejemplo, con la contínua adaptación teatral y cinematográfica de su obra). La actualidad y vigencia de su legado está fuera de toda duda, y se ha visto con la reiterada referencia a sus luchas legales con los impresores cuando se han discutido cuestiones de derechos de autor, porque puede decirse que Dickens fue el primer escritor profesional consciente de lo que ello comportaba (por ejemplo, la necesidad de promocionar su obra y percibir una retribución acorde con su éxito).
Además, probablemente la de Dickens no es sólo la vida más intensa e interesante de entre los escritores victorianos, sino también una de las más apasionantes y peor conocidas del siglo XIX.