Uno de los puntos que más desorientan en el lento aprendizaje de la traducción es el de los llamados falsos amigos. Son términos que no son lo que parecen, ni parecen lo que son. Su similitud (aparente) en las dos lenguas tranquiliza al traductor. Éste, confiado, no ve la trampa. A veces la trampa puede ser mortal. Los falsos amigos son los verdaderos enemigos del traductor porque constituyen la negación misma de su trabajo. Aquéllos confunden los conceptos: el traductor debe conocer y respetar el significado exacto de las palabras. Aquéllos utilizan el significante como máscara: el traductor debe desenmascarar el mensaje, liberarlo de las contingencias de su expresión para reformarlo a su vez y darle vida en otra lengua. Aquéllos crean confusión: la magnífica labor del traductor consiste en crear (o al menos transmitir) significado.