El relato que Laure hace en su diario de un cuerpo al borde de la muerte, un cuerpo vaciado que se hiela de frío durante sus primeros días en el hospital, con sus treinta y seis kilos de peso y su metro setenta y cinco, es verosímil y perturbador. Desde las primeras líneas de la novela el lector se sumerge en la historia sobrecogedora de una verdadera metamorfosis. Acompaña a la joven a través de su recuperación y de su aprendizaje: volver a comer es aprender a ingerir los alimentos pero, ante todo, a sentirse poseedora de un cuerpo susceptible de despertar el deseo del otro. En el hospital, Laure establece una intensa relación de transferencia con el doctor Brunel que será determinante para su recuperación. Él inventa historias sólo para ella; y la joven va desgranando detalles de su biografía que acercan al personaje a la propia vida de la autora, y a Nada se opone a la noche, su fascinante biografía novelada.
Y aun pudiendo ser leída como parte de aquella turbadora, apasionante saga familiar, esta novela de trama mínima es también una poderosa bildungsroman, un despertar a la vida y al amor, donde el viaje de su protagonista es interior y se desarrolla entre las cuatro paredes de un hospital.
«Excelente narración» (Jesús Ferrero, El País).
«Pasajes emocionantes y también una buena cantidad de información valiosa» (Pablo Martínez Zarracina, El Correo Español).
«Paradigma de esa literatura que bordea los síntomas de una intimidad enferma como metáfora de una patología global... Maneja la materia autobiográfica con una contención que remite a Marguerite Duras» (Marta Sanz, Mercurio).