Samuel Pepys (Londres, 1633-1703) era hijo de un modesto sastre londinense, pero su parentesco con Sir Edward Montagu, futuro Lord Sandwich, le permitió colocarse en un puesto oficial e iniciar una carrera de funcionario que le colmaría de honores. Llegó a ocupar el cargo de Secretario del Almirantazgo y fue miembro del Parlamento.
A los veintisiete años comenzó la redacción de esta obra que terminaría diez años después, obligado por una enfermedad de la vista. El diario permaneció inédito hasta 1825.
A través de la lectura de estas páginas podemos representarnos claramente la personalidad del autor. Pepys era un hombre inteligente, estudioso, lleno de ambiciones y con muchas y muy profundas debilidades. Tenía dos innegables virtudes: la sinceridad ante sí mismo y la capacidad de trabajo. Le interesaban todas las manifestaciones de cultura: la música, la pintura, la literatura, el teatro. Dominaba varias lenguas, vivas y muertas. Tocaba el laúd y componía música. Pero, a la vez, y con igual entusiasmo le atraían el dinero, las mujeres, los halagos, el vino y la buena mesa. He aquí, pues, el hombre más indicado para ofrecernos el verdadero cuadro de la Inglaterra del siglo XVII.
Gracias a sus virtudes, Pepys nos hace vivir con toda naturalidad los grandes acontecimientos de su tiempo, la terrible peste de Londres o el incendio de la ciudad; y son sus defectos y vicios los que nos revelan la vida íntima de Carlos I, las costumbres pintorescas y licenciosas de la Corte, las intrigas palaciegas o la cantidad de platos que ofrecía un menú de la época.
Esta dualidad de carácter le ha prestado un estilo al autor y sus páginas resultan amenas y vívidas, porque en ellas se han mezclado, por caprichos de la vida, los nombres famosos de un Shakespeare, un Holbein o un Cromwell con aquellos otros, más humildes, de un librero, un posadero o una prostituta.
Pepys recurrió a un sistema encriptado para redactar sus notas. Probablemente, si Pepys no hubiese dispuesto de algo parecido, hubiera contenido su sinceridad evitando estampar nombres y sucesos que, de ser conocidos por sus contemporáneos, podrían haberle costado la carrera o la vida.