Me llamo Luna. Yo voy a confesarte algo: yo nunca había creído demasiado en el amor. Las historias de príncipes azules, mariposas en el estómago y "fueron felices y comieron perdices" siempre me habían parecido una chorrada para niñas cursis, ¿a ti no? Tal vez por eso, cuando conocí a Arturo, me comporté como suelo hacer con todos los especímenes del género masculino: me transformé en la chica de hielo. ¿Qué conseguí? Pues que entre los dos saltaran chispas, y, para ser sincera, no precisamente de "buen rolo". Ahora la pregunta del millón es... ¿Por qué no puedo dejar de pensar en él?