De hecho, como bien observa Talens en su prólogo: toda la trayectoria que cubre la escritura beckettiana podría describirse como la historia de un lento e inexorable proceso de degradación, de pérdida, de desposeimiento. (...) Si aceptamos que el lenguaje es una forma de entender cuanto nos rodea y, en consecuencia, de poseerlo, los textos beckettianos pretenden mostrar lo endeble de esta proposición, y, aun más, su imposibilidad, negándose a representar la farsa de dar y recibir. Pero cuando Beckett se niega, lo que niega es la validación de un camino que no lleva a parte alguna, no el acto de caminar, ni la posibilidad de que un camino (distinto) conduzca a algún lugar. De ahí que él mismo afirme: Lo que digo no significa que, en el futuro, no haya forma artística alguna. Sólo significa que habrá una nueva forma de arte, y que esta forma será de tal género que permitirá el desorden y que no intentará decir que el desorden es en el fondo algo distinto. (...) Encontrar una forma que contenga la confusión es, en la actualidad, la tarea del artista.