Tras el regreso de su esposo, después de un viaje de dos meses de duración, Julia lo encontró cambiado. Más descarado, audaz, y mucho más travieso, aunque limitara sus encuentros a unos simples besos. Cada día que pasaba, ella se sentía más enamorada de él.
Para Edward, los rescoldos del deseo, que habían prendido aquella noche de hacía tantos años, recobraron vida con suma rapidez. Se moría por ser su esposo en toda su plenitud. Pero, si ella descubriera el engaño, lo despreciaría, y las leyes inglesas le impedían casarse con la viuda de su hermano. Aun así, sabía que debía arriesgarlo todo y revelar sus secretos si quería optar a recibirlo todo.