Guillermo fue un gran amigo de san Bernardo que quería guiar a sus hermanos monjes por un camino espiritual más consciente, que les enseñara a madurar y nutrir su deseo de ver el rostro del Señor. A través de su experiencia espiritual aprendió que es en la búsqueda amorosa del rostro divino donde se revela en el fondo del alma, por la gracia, la presencia amante y operante de un Dios infinitamente bueno. El deseo de ver a Dios para Guillermo es, ante todo, el deseo de un conocimiento mayor y más íntimo del misterio de Dios, una percepción de la presencia divina y una participación por el afecto y la caridad en la visión mutua del Padre y del Hijo en el seno de la Trinidad.