Argumento de Desde lo Más Profundo de Mi Ser
Mi madre creció siempre carente de amor; de ese amor que se le puede prodigar a un hijo. Eso ella no lo tenía, solo tenía desprecio y maltrato. Era como la pequeña cenicienta, solo tenía derecho a trabajar porque ni siquiera a jugar como cualquier niña de su edad. Andaba todo el tiempo descalza, solo los domingos tenía derecho a colocarse unas zapatillas para ir a misa. La abuela, que sí sabía la historia de mi madre, parece ser que tuvo una pelea con la mujer de un hermano de mi madre y esta la amenazó obligándolas así a irse a otro pueblo, San Sebastián de Mariquita. Allí se buscaron la vida; mi abuela sabía cocina, preparaba todos los días pasteles de carne o empanadillas, los empacaba en un pequeño cesto y se los daba a mi madre para que los vendiera en el pueblo. Los fines de semana, después de misa, se iba para un pueblo llamado Honda, a unos veinticinco minutos de Mariquita. El domingo es el día del mercado grande. Después de vender los pasteles y de guardarse el dinerito en una bolsita de plástico, se sacaba su tiempo de descanso a orillas del río Magdalena. Dice que se hacía unas balsas con hojas de plátano, se subía encima y movía las manitas y los pies, y así se pasaba el río de lado a lado. Así fue cómo aprendió a nadar. Mientras otras niñas de su edad jugaban con sus muñecas, mi madre se jugaba la vida en ese río. Es uno de los más caudalosos del territorio colombiano. Cuando la venta se ponía difícil, la abuela buscaba empleo en las haciendas. Cuando eran contratadas, mi abuela se dedicaba a la cocina y a mi madre le tocaba ayudarle en lo que hiciera falta. Como era tan pequeña, colocaba un tronco de madera para subirse y alcanzar el fregadero de la ropa, ya que su ocupación era lavar la ropa de los peones de la hacienda. De sus pequeñas manos vertía sangre, ¡pobre criatura!0