«Algo se había roto: un corazón se rompe más silenciosamente que un vaso de vidrio, no causa el estruendo con que se despide de la vida un objeto precioso: se va en silencio y deja silencio al desaparecer. Deja estupefacción porque no solo ya no es lo que era, sino que ya no es lo que iba a ser...»
Solo una escritora de gran talla y mucho ingenio puede pensar en escribir un libro de memorias que se ocupe solo de los primeros diez años de su vida, pero Rosa Chacel sabía muy bien lo que se proponía y quiso dejarlo claro ya en las primeras páginas de este libro: «Yo tengo la culpa de haber nacido porque siento el principio de mi vida como voluntad. Ganas me dan de decir: si yo no hubiera querido, nadie habría podido hacerme nacer.»
Esa Rosa, un personaje que se impone delante del lector aunque sea una niña en una casa modesta de Valladolid, tiene muy claro su destino e incluso puede describir con fuerza los años que precedieron su llegada a este mundo. Desde el amanecer en seguida muestra su manera peculiar de ver la vida, su forma de despachar con las personas y los objetos, su hambre de todo y su forma de construir verdades a partir de las palabras a menudo incomprensibles de los adultos.
Estos primeros años de la vida de esta gran autora están aquí, vivos y claros aun después de más de cuarenta años de su primera publicación, y son una muestra espléndida de lo que ahora llamamos narrativa del yo: una lección magistral para las nuevas generaciones.
«Tenía muchos juguetes, pero no jugaba con ellos. Solo quería de verdad a las muñecas, pero jugar con ellas me parecía estúpido: las contemplaba... y lamentaba que tuviesen un aspecto tan infantil.»
Rosa Chacel