A veces, el fruto final tiene nombre de autor. Muchas otras veces no lo tiene: la Arquitectura es anónima, porque la Historia es veleidosa, está escrita por hombres; y suele ser otro tipo de hazañas, obras o acontecimientos los que merecen un lugar más destacado que los rincones en los que sólo hurgan los especialistas, y no el gran público. Así, la mayoría de los arquitectos debemos conformarnos con ocupar esos rincones polvorientos de los libros de Historia, y eso en el caso de llegar a ocupar alguno... La aspiración es comprensible, pero algo pretenciosa, si se tiene en cuenta lo grande que es la humanidad.
En cambio no es nada pretencioso, pero sí muy pragmático, actuar siempre con la entusiasta convicción de que desde el noble ejercicio de la profesión de Arquitecto se contribuye armónicamente al Bien Común. La luminosidad de esta tarea común, por lo demás, a la de cualquier otra profesión es de distinta naturaleza que la anterior, pero no por ello menos intensa: de modo misterioso, no sólo no se extingue con la actividad vital del profesional, sino que, por el contrario, es la que realmente está llamada a subsistir.
Este libro pretende, humildemente, servir de guía a los colegas de profesión, al menos a grandes rasgos, respecto al modo de desenvolverse conforme a los criterios éticos que los autores consideramos válidos, a lo largo del tiempo y perdurables aún en nuestros días. Precisamente, además, en nuestros días, cuando vemos a muchos de tales criterios tambalearse al viento de otros distintos, calificados de modernos.