Un día más. Son las cinco de la tarde y suena el despertador. Jorge debe apresurarse: su turno en el call center en el que trabaja empieza a las seis, y además de alistarse debe caminar hasta la estación de Transmilenio y tomar un bus, una empresa de duración incierta.
Así que se despereza, se baña, se viste, pero cuando está terminando ocurre algo inesperado: no le entra el zapato que intenta ponerse. Prueba entonces con el otro, y tampoco. Mira los zapatos, se mira los pies, y no entiende: los zapatos son los de antes de la siesta, y los pies no parecen hinchados. Extrañado y ya de afán, va por otros pares y lo mismo: no le caben. Sus pies, aparentemente, están más grandes.
Sin tiempo para otros intentos, Jorge salta a la calle con los zapatos a medio calzar y se dirige a toda carrera, incómodo y pensativo, a la estación de buses, sin imaginarse nunca que esa pequeña y misteriosa anomalía de sus pies es el primer síntoma de su declive...