La Habana de la década de 1920 y la década de 1950 representan dos realidades distintas, cada vez más complejas, donde incluso el objetivo compartido de convertir Cuba en destino para el turismo y el ocio de centenares de miles de norteamericanos había pasado de tener como referente a Niza durante la dictadura de Machado a tener a Las Vegas durante la dictadura de Batista.
De la mirada hacia Europa se pasó en tres décadas a la mirada hacia Estados Unidos, que suponía igualmente pasar de la ciudad intensiva como modelo a la extensiva como objetivo ineludible. La nuclearización de los crecimientos, la falta de una estructura viaria debidamente jerarquizada que cohesionara toda la ciudad, la generación de un sistema de espacios libres de escala metropolitana que pusiera en valor los ejes vertebrales del territorio, la dotación de equipamientos en cada uno de los sectores urbanos, la necesidad de contar con bolsas de suelo para desarrollar programas de viviendas sociales, y la consolidación de un nuevo sistema de centros cívicos y representativos en los que la República de Cuba se identificara fueron los grandes objetivos subyacentes en los diversos planes que se formularon.
La arquitectura en este período estará en continua transición, siempre con un alto nivel de calidad de producción, de la mano de una vanguardia que supo entretejer las influencias diversas -incluidas las latinoamericanas- portadoras de los códigos de la modernidad evolutiva con una serie de componentes vernáculos que tenían que ver con la tradición -estructura, implantación, atmósfera- , con el clima tropical -sol y luz cegadores, bonanza y estabilidad térmica-, con la fluidez de los espacios interiores y exteriores, y con lenguajes contemporáneos adaptados al lugar, avanzando en líneas de trabajo recogidas en los postulados del Team X, todo ello para construir una ciudad que se configuraba como la metrópoli antillana por excelencia.