Por suerte, Lázaro vive en un pueblo en el que el horizonte está compuesto por el mar, un río y una espesa línea de manglares donde las gaviotas se convierten en flores blancas al atardecer. Creer en la magia no es difícil, y mucho menos cuando se tiene amigos como los que Lázaro descubrirá entre las honestidades y atrevimientos de un callejón.