Serge Guilbaut utiliza la comparación entre el panorama artístico de Nueva York y París en los años de la Guerra Fría para mostrar cómo las divisiones políticas en el mundo artístico parisino y la incapacidad para reconocer las críticas propiciaron que París pasase a un segundo plano en el ámbito de la innovación artística. De cómo Nueva York robó la idea de arte moderno reproduce el alcance del compromiso y la lucha que se dieron en torno al expresionismo abstracto y la preocupación de los artistas por resolver los problemas de la creación simbólica.