Entre todos aquellos que pertenecen a las diversas sociedades mágicas del mundo no habrá nadie que no haya aprendido en una u otra ocasión algún juego del Dr. Tarbell. Hay muchos para quienes toda su profesión se basa en lo aprendido en el Curso Tarbell, ese vasto almacén de conocimientos mágicos, esmeradamente ilustrados con gran detalle, con un texto claro, transparente, escrito en un lenguaje tan sencillo que los estudiantes pueden realizar los juegos casi nada más leerlos. El doctor Tarbell tenía dos dones innatos que encajaron a la perfección con la destreza que luego adquirió como mago: dibujaba como un ángel, y escribía con asombrosa claridad.
Él, en solitario, fue capaz de dar con un sistema que permitiera a los magos, tanto principiantes como veteranos, aprender de forma rápida y fácil.
Quizá nunca le hayas conocido personalmente, aunque era tan fiel a la familia mágica que rara vez dejó de asistir a cualquier congreso nacional o local, a cualquier reunión del clan. Cuando te encontrabas con él por primera vez, veías a un pequeño Will Rogers, el actor, del-gado, fibroso, de metro setenta y seis de altura, sin sobrepasar nunca los sesenta kilos, de mirada penetrante, de palabra fácil, un poco nervioso e inquieto, amable con todos, de trato agradable, y muy asequible.
El doctor Tarbell no pertenece sólo a su generación. Será conocido como el mejor profesor de magia de la historia. El hombre que dictó las normas y actuó conforme a ellas.