Sevilla es una ciudad de leyenda. Puede que ella misma sea una leyenda viva (o tal vez sólo en apariencia) para solaz de propios y extraños. O al menos hay una Sevilla de leyenda, que se desdobla en blanca y negra. Existe, por supuesto, como en cualquier otra urbe, el lado oscuro, incluso siniestro, de la villa. Y como desde Sade y Allan Poe, como desde Baudelaire y casi todo el mayo del 68, es una Sevilla bendecida por los amantes de la descomposición orgánica. No es mi Sevilla. Y no es la que, amable lector, vas a encontrar en este libro. Huye él del otro extremo, de la pandereta y los faralaes, de los caireles y el tópico fácil. Pero es un libro de leyendas, y estos mitos son. Y en cuanto que mitos, invariantes castizos, al mismo tiempo (he aquí su grandeza) locales y universales. La clave de este libro está en la Historia de Sevilla. Porque casi todos los ingredientes de un compendio de leyendas como éste se encuentran en el pasado de una metrópoli que puede ufanarse de haber sido eje de lo mejor y lo peor de la especie humana durante muchos siglos. En ella se han dado cita pueblos de lo más variopinto, y no hace falta volver sobre su carácter de puente, puerto y puerta de paso entre dos mundos. Todo eso ha producido una ingente cantidad y una notable calidad de peripecias que invitan unas veces a la exageración y otras a la fantasía pero que sucedieron, que están ahí, en cada esquina de la geografía urbana llamada Sevilla, un nombre que nunca deja indiferente. No padece este libro el mal de altura de la soberbia. Aspira, sencillamente, a ocupar un hueco en la memoria colectiva de los hijos fieles de Sevilla y de aquellos que arribaron a ella para llevarse después en el pecho un trozo de vivencia con su nombre. Pero que nadie busque aquí historiografía. Se ha actuado libérrimamente, alterando cronologías, reinventando personajes e intercambiando identidades. Se ha jugado con fechas y con lugares. Se ha intentado hacer literatura, y por lo tanto, creación. (Extracto del prólogo del autor)