El lector tiene que prepararse para el mundo de las emociones nacidas de lo insólito. He sido preso, y no un año y un día, sino unos cuantos, muchos, demasiados para algunos y excesivamente cortos para otros, por aquello de que la vida, incluso la mía, es según el color del cristal de quien la mira. Y ahí, en el campo secante de dos círculos vitales situados en planos diferentes, se encontraron nuestras vidas: las del autor del libro y la de quien ejecuta con placer el prólogo. Pasó el tiempo. Llegó el 2010. Nos sentamos alrededor de una mesa redonda. Ahora los dos éramos hombres libres. Y a los dos nos unía un punto en común: el dolor. Conversamos sobre el dolor. Lo justo, lo necesario, sin extendernos más allá; y en ambos casos, en los dos costados de aquella mesa redonda, se localizaban dos personas que, conscientes del dolor, asumiendo su capacidad de tambalear espíritus y almas, saben que la principal obligación consiste en vivir, en no mirar hacia atrás queriendo regresar a un lugar que no conoce medio de transporte que allí llegue, sino al futuro, a un futuro, ahora sí, edificado a golpe de instantes, porque solo es nuestro el futuro que ha sido capaz de convertirse en presente. Allí surgió la idea de que prologara su libro de cuentos. ¿Alguien imagina esa escena? ¿Es concebible la mesa redonda, el director y el preso, convertidos ambos en hombres libres, comentando lo de prologar un libro de cuentos? La vida... si es que la vida es tan fértil... Es verdad, a veces la realidad se parece mucho a cuentos que saben a beso. Así que ahí lo dejo. Para el lector será un placer leer el libro como lo ha sido para mí. Además, yo tengo la ventaja adicional de que ha sido un placer vivir todo lo que me ha conducido a prologar este libro. Mario Conde