Dispuesta a disfrutar del poco tiempo de vida que le quedaba, decidió mantener la enfermedad en secreto y trasladarse a la granja de sus abuelos. Siempre había querido vivir allí. Sin embargo, la granja llevaba años abandonada, lo que le hizo temer que quizá tuviera que renunciar y regresar al pueblo.
Hasta que una noche llamó un desconocido a su puerta. Era un hombre atractivo y misterioso que estaba recorriendo el país en moto. Callie, pensando que no tenía nada que perder, le pidió que le arreglara el establo. Él necesitaba un lugar en el que alojarse hasta que arreglara su moto y ella un par de manos extra. El acuerdo parecía perfecto, aunque, lo que había empezado como algo temporal, comenzó a convertirse en algo permanente y estable. Callie se dio cuenta entonces de que sí tenía algo que perder: su corazón. Y, aunque él no lo supiera, Levi podía perder mucho más.