El fracaso, ya sea en un plano físico, afectivo, social o financiero, siempre es una herida, una ruptura en el fluir de las cosas, un freno al impulso vital. A menudo nos cuesta aceptarlo y tratamos de evitar el dolor. Algunos lo visten de culpabilidad, otros se defienden negándolo o bien con agresividad. Incluso si conseguimos levantarnos, conservamos el recuerdo de haber caído, y quizás una parte de nosotros mismos queda tirada en el suelo. En nuestros proyectos, como en nuestras relaciones, tratamos de triunfar, y eso es muy natural. Sin embargo, ¿debemos huir del fracaso? Una vida sin fracasos, sin ruptura, ¿es acaso posible? No. Cualquier innovación necesita una ruptura con las normas. Toda evolución implica cortar con el pasado. Cada día está hecho de elecciones, o sea de mini duelos. ¿Y si pensáramos los fracasos y las rupturas desde otro ángulo? ¿Y si tuvieran un valor heurístico? Podríamos mirarlos como una guía, como si fueran unos maestros para nuestra vida.
Isabelle Filliozat
Ilustraciones Jean Augagneur