Argumento de Crónicas de la Primera Guerra Mundial
La Gran Guerra nació para terminar con todas las guerras, pero pronto supuso para Gran Bretaña una experiencia de la muerte y del sacrificio de toda una generación de británicos, que no tardaría en mover los resortes de la incredulidad y el desaliento. Para combatirlos y a instancias del Buró de Propaganda de Guerra, Rudyard Kipling, de acuerdo con ese «sentido de la responsabilidad» que vertebró siempre su presencia pública, se comprometió en la lucha en defensa del Reino Unido, los aliados y el Imperio en pro de la Humanidad, frente a un enemigo alemán «separado ya de la hermandad de los hombres». El escritor destinó los recursos de su talento y de su fama a apuntalar la moral en el frente doméstico; y en paralelo, el Gobierno británico tampoco dudó en solicitar su concurso para influir sobre las opiniones públicas del mundo, las de los países neutrales, y muy especialmente la de Estados Unidos.
Tanto Francia en guerra (1915) como La guerra en las montañas (1917), sus crónicas publicadas por entregas en el Daily Telegraph y en la prensa norteamericana, responden con obediencia al propósito de la Administración británica, y comparten el mismo fondo: la visión del campo de batalla como «la frontera de la civilización» que separa a «alemanes y seres humanos». La efectividad del celo propagandístico de Kipling fue indiscutible, aunque no deja de suscitar importantes interrogantes de fondo sobre las relaciones entre literatura y propaganda.
De esta manera, Kipling no sólo cosifica y demoniza al enemigo común, alentando el odio, sino que subraya la altura histórica de la misión conjunta de los Aliados, erradicar a «los bárbaros», y su obligada unidad ante una Alemania «que nos ha enseñado lo que es el Mal». Para Ignacio Peyró, en estas páginas se nos revela en toda su soltura, dueño de una economía de palabras tan milagrosa como hábil para mover los corazones, y aquí vertida con todo tino al español gracias a los buenos oficios de Amelia Pérez de Villar.0