En todo caso, me gusta pensar este libro como hijo de esa tensión. Y de otras tensiones, como la que existe entre leer y escribir. O la que se pregunta si hay diferencias entre los escritores que leen y los lectores que escriben, y si las hay cuáles son. O la que busca la última frontera en el afán de expresar el amor por los libros, con el fin de promover la lectura, sin caer en la trampa de convertirse en un burdo propagandista o un odioso fanfarrón.