Hay en el separatismo algo especialmente maligno, incluso desde una perspectiva mítico-religiosa. El Diablo es etimológicamente el separador, dia-bolum, el que desune y rompe los lazos establecidos. La tarea diabólica es la fechoría antihumanista por excelencia, separar a los que conviven juntos y obligarles a detestarse unos a otros, a alejarse: sembrar la discordia, el desgarro de los corazones. Es de lo más desdichado que tantos separatismos pequeños y grandes encuentren terreno abonado en España, hasta el punto de que cualquier símbolo regional y si es posible excluyente sea visto como algo liberador, progresista, por la izquierda lerda y sus asimilados: es prueba de que tenemos un país de todos los diablos...