Contemplar una fogata suele aliviar tensiones, tranquilizarnos.
Pero si ahondamos en su profundidad,podemos ser testigos de la combustión sin tregua, de la intensidad que la habita.
Nada tiene de quietud, esa paz; nada de calma. Es pura potencia apasionada, en vaivén, danzando al ritmo del viento.
Desde esta experiencia, la autora nos comparte su camino de discipulado.