Este pequeño libro trata de la paradoja a la que nos enfrentamos en la actualidad, en la que nada aparece con la rotundidad del blanco o el negro, o con la nitidez de unas líneas bien definidas. Afinando la sensibilidad -o lo que algunos llaman la «fina punta del alma»- atisbamos algo, pero es un algo incierto y confuso. Seguramente también es simplista.Dios es tan superior al hombre, es tan de otra «naturaleza», que somos incapaces de reconocer su Presencia, aunque esta se refleje, nos convoque, nos rodee, nos sostenga. Quizá se haga evidencia a veces en aquel que consigue hacer silencio, en el que se hace capacidad, en el que está tocado de una cierta pureza, pero la mayoría de la gente pasamos sin descubrir que su brisa suave nos roza y sin saber hacia dónde nos lleva.
La oración y la contemplación adiestran en una disposición de llamada y de vacío, de apertura y de acogida, de tal modo que, a la luz de algún relámpago, llega el asombro, parece como si todo encajara y se dibujase una claridad en el cielo. Pero, la mayoría de las veces, el cielo se muestra opaco y tememos que lo que nos parece ver en el espejo sea simplemente lo que anhela la esperanza.