En los tiempos del frío los daneses enterraban a un salmón en la tierra con todos los honores, con un ajuar de sal, azúcar y eneldo, y luego invocaban hamletianamente al rey asesinado y lo terminaban por desenterrar, como a Yorick, para revivir su espíritu consumiendo silenciosamente su carne ya mística, marinada en la corriente de los sueños.