Si tuviésemos que definir con pocas palabras la naturaleza de este libro, bien podríamos decir que se trata de un pequeño tratado culinario escrito por un gracioso personaje de época, al que no se le ocurre otra cosa que elegir al soneto como el médium expresivo. El resultado es un original poemario, didáctico -cada poema lleva una ilustración en prosa- sobre cómo cocinar en verso o cómo recitar en la cocina.
El autor, bajo el pseudónimo de Don Pablos, recrea con perspicacia un personaje propio con inconfundibles resonancias del deslenguado y hombre de letras don Francisco de Quevedo y Villegas: "un pícaro, truximán, cómico, indiano y arriero." que le permite distanciarse de la convulsión etnocida que nos rodea y retrotraerse a ambientes de heráldicas, frailes y espadachines, de rufianes y mancebías propias de la vida del barroco español. La entradilla de Fray Diego de la Buytrera y el romance de Fray Josepho de la Tarima es el preludio que sirve para delimitar los escenarios de la vida de Don Pablos y que dejan impreso un sello de literatura clásica que ya no nos abandona.
Un pequeño homenaje a las madres, a la memoria
"Cocina andaluza para recitar" es un compendio de recetas antiguas, fundamentalmente de origen malagueño y andaluz, inspiradas en aquellas manos que entre peroles y trébedes, ollas, pucheros, carbones y anafres, alimentaron al mundo mirándole a las tempestades por encima del hombro. Rinde pues homenaje a todas las madres de su generación: aquellas trabajadoras silenciadas por las estadísticas y que parieron multitud con los dolores de la posguerra. Como dice en su apartado de agradecimientos: "A las que nunca les oímos una queja, ni un reproche, ni hablar de una frustración, antes bien, su esmero nos reconfortaba jornada a jornada tras el arduo trabajo del estudio, del taller o del campo, con los olores y sabores de un sabio quehacer que ha trascendido en el tiempo".
El sonefogón
Pero el libro no solo rinde culto a la madre-alimento, a sus mil y una formas de llenarnos el cucharón a través de los siglos, sino a un género literario de origen italiano de gran complejidad, el soneto, introducido en nuestro país por el marqués de Santillana, Juan Boscán y Garcilaso de la Vega en los siglos XV y XVI.
Un soneto, para decirlo muy sencillo, es un verso hecho a medida con la dosis exacta de endecasílabos, estrofas y rimas que merece. Después cada poeta lo llena con la sustancia de su inspiración. En este caso, el poeta ha preferido meter al soneto en la cazuela, ajustarle la dosis exacta de sueño y realidad, para dejarlo a fuego lento entre las páginas de barro de un bien cuidado libro. La elaboración de un soneto exige, como vemos, idéntico proceso que el de una receta de cocina misma: ingredientes, curiosidad, medida, tensión y duende.
El poeta Jesús Aguado dice que "un soneto es una respuesta contundente, un acto defensivo contra las agresiones que todos sufrimos por el hecho de estar vivos; antes, cuando el mundo transcurría despacio, uno tenía tiempo de tensar catorce veces su ballesta y dispararla con noble y serena parsimonia, pero hoy es imposible repeler los ataques si no se posee de una ametralladora último modelo que dé su ráfaga de catorce balas en décimas de segundo". José Antonio, guarda con celo en cofre de oro la ballesta o engrasa cada día su finísima ametralladora sonetista. He aquí su secrede su imaginación y el metrónomo que lleva en la chistera se lo permiten.