Es fácil olvidar hoy lo solitario de su posición en aquellos tiempos. A finales de 1930, la democracia había quedado desacreditada en muchos círculos y los dirigentes autoritarios, en cambio, estaban al alza. Había quien condenaba el azote del comunismo pero veía en Hitler y Mussolini a «hombres con los que se podía hacer negocios», e incluso a salvadores de la humanidad. Otros consideraban maligna la amenaza nazi y creían que el comunismo era el camino hacia la salvación. Churchill y Orwell, cada uno por su lado, fueron sin embargo capaces de ver que lo que estaba en peligro era la libertad del ser humano y que, más allá de su color, un gobierno que negaba a la población sus derechos constituía una amenaza totalitaria contra la que había que luchar.
Al final, Churchill y Orwell demostraron estar a la altura de lo que los tiempos pedían y la influencia de sus obras perdura a día de hoy. En conjunto, sus vidas fueron un canto al poder de las convicciones morales, y al valor que se requiere para mantenerse fiel a ellas, contra viento y marea.