Hacía meses que su familia le había perdido la pista. Aquel jornalero introvertido y sensible, acostumbrado a deslomarse en los cortijos granadinos, se había convertido en un obrero industrial ilusionado con subirse algún día al ascensor social. Pero sus esperanzas se fueron hundiendo poco a poco en los barrizales del extrarradio de Barcelona. Y se politizó. Desafiar a la dictadura podía costarle a uno muy caro; hacerlo desde las filas del Partido Comunista de España (marxista-leninista), un grupúsculo que se proponía prender la mecha de la «guerra popular» contra el fascismo, multiplicaba los riesgos. ¿Quién lo convenció para que se alistara a una de las organizaciones clandestinas más belicosas de la oposición antifranquista?
De repente, fue cortando lazos con amigos y parientes. El secreto lo fue engullendo, hasta que fue destinado a Reus. Allí desapareció su rastro y brotó la leyenda. ¿En qué circunstancias fue detenido? ¿Qué pasó durante las cerca de cincuenta horas que permaneció encerrado entre los muros hostiles de un cuartel? Unos hablan de asesinato y dirigen su dedo acusador hacia los agentes que lo interrogaron; otras versiones alimentan la hipótesis del suicidio. ¿Queda alguien que pueda atestiguar que Cipriano Martos fue torturado? ¿Es cierto que fue obligado a beberse el contenido de un cóctel molotov? Un manto de olvido y silencio ha cubierto durante más de cuatro décadas una de las historias más escalofriantes y desconocidas del antifranquismo.