Esta edición que hoy ofrecemos al público se centra en la correspondencia que mantuvo con su hija, por quien sentía un amor que ella misma reconocía como extraordinario y que muchos no han dudado en tildar de anormal. Mezclados con las noticias de la corte, en estas cartas se encuentran todos los tópicos de la lírica amorosa: el dolor provocado por la ausencia, que llega a convertirse en malestar físico; la obsesión que nos hace ver el vestigio del ser amado en cualquier cosa; el apego a ese amor, que confiere a al vida una intensidad que los menos apasionados desconocen; la celebración de la belleza del objeto de amor, o los celos y las sospechas.
François-Marguerite, la hija de Madame de Sévigné, es un ser en fuga constante, la amada que huye de un sentimiento tan absorbente que puede aniquilarla, porque su madre, que la adora y se siente incapaz de llegar a conocerla, vive obsesionada por la posibilidad de no ser correspondida y llega a ahogarla con una pasión inconmesurable especialmente asfixiante por su carácter brillante y egocéntrico.
La marquesa morirá reconciliada con la hija, convencida del amor que ésta le profesa e inmensamente feliz. Desde la reconciliación hasta su muerte mediaron veinticinco años, miles de cartas y uno de los itinerarios espirituales y literarios más intensos que nos ha dejado la historia.
Marie de Rabutin-Chantal nació en lo que es hoy la Plaçe des Vosges de París, en 1926, hija de una familia noble. Huérfana de ambos padres a los siete años, recibió sin embargo una esmerada educación en casa de unos tíos y se casó, en 1644, con el barón de Sévigné. Dos años más tarde, nació su adorada hija, Fraçoise-Marguerite. En 1651, el barón de Sévigné moría en un duelo a causa de una amante. Viuda joven, mujer brillante en el arte de la conversación y la vida cortesana, Madame de Sévigné vivió feliz hasta que se vio obligada a separarse de su hija.
Françoise Marguerite, la joven más bella de Francia, se casó con el conde de Grignan y, madre de una hija, se marchó a Provenza a vivir con su marido. Es entonces cuando se inicia la correspondencia que formará una obra poco corriente, tanto por su extensión como por su contenido ingenioso y apasionado. En estas cartas, como si de un buen periodista se tratara, Madame de Sévigné refleja todos los detalles de la vida en la corte de Luís XIV y se revela como una mujer de gran agudeza y poder de observación. Pero serán los tópicos amorosos- a los que recurrieron autores posteriores como Rousseau-que utiliza para expresar el inmenso amor que siente por Françoise-Marguerite los que hagan sobresalir estas epístolas por encima de otras escrituras durante el Grand Siècle.