Al morir Ángel, sus hijos, María y Juan, descubren, entre los papeles de éste, una carpeta con manuscritos del difunto y una reveladora carta de una mujer desconocida para ellos, también llamada María, que esconde varios secretos. Este hecho les hará preguntarse, mientras leen, quién era realmente su padre, hombre íntegro aunque reservado y taciturno. Y lo harán evocando los laberíntos de estos callejones de su memoria que al igual que los lectores necesitan transitar para saber qué ocurrió a esos dos personajes y quiénes son, realmente, ellos mismos.
En palabras de su prologuista, el callejón de Jesús Mejías no es una línea recta
es sinuoso y zigzagueante
un callejón que apetece atravesar, precisamente porque nos fascina descubrir lo que nos espera al otro lado, y también es un callejón en el que apetece quedarse, porque el trayecto es en sí mismo ya una aventura. Este callejón es un viaje a Ítaca. De hecho, esta novela se incorpora con valentía a una tradición escasamente frecuentada en la literatura contemporánea en nuestro idioma, un tipo de construcción especular y algo tramposa donde las elipsis, los cambios de perspectiva, los falsos cierres, las historias dentro de la historia, los saltos temporales, o los distintos materiales narrativos van tejiendo una tupida tela de araña que atrapa necesariamente al lector por su audacia, y en la que la historia que se cuenta es tan importante como el lenguaje que nos la va desvelando y, a veces, ocultando (Alejandro Civantos, Dtor. en Literatura Comparada de la Universidad de Granada).