Como buenas mellizas, Brujeña y Brujilda eran polos opuestos: la primera era malvada y desagradable; la segunda, sensible y generosa. Por eso, nunca, absolutamente nunca, lograban ponerse de acuerdo. Lo consiguieron un solo día en su vida: era martes 13 y un atractivo joven de ojos claros apareció en su cueva...