En 1851, en las páginas de un periódico escocés, De Quincey retrocede sesenta años hacia su infancia. En siete entregas boceta lo que será el último capítulo de una serie de ejercicios de escritura autobiográfica inaugurada en 1821 con Las confesiones de un come-opio inglés. La modalidad de ese retroceso no es la de una memoria que recupera y ordena cronológicamente los eventos de la vida de un hombre, sino la de una puesta en escena de la crueldad del mundo en un teatro de niños en estado de guerra constante. Impregnado de espectros, el texto autobiográfico devela que la verdad de una vida se elabora con los fantasmas de la imaginación.