En 1972, cuando tenía 15 años, y estaba interno en el Seminario de Huesca, escribí este ensayo. La figura de don Pedro de Luna y Gotor siempre me ha resultado carismática, única, digna del mayor elogio. La tozudez no era tal, sino la confianza en sus propios argumentos y mejor Derecho a ostentar el Papado que cualquiera de sus oponentes.