Al principio vemos a una niña sentada en una silla, quitando hilos de un paño de lino. La luz de la tarde ilumina su rostro concentrado en una labor primorosa; es como si Isabel tuviera que demostrar a cada rato que merece un lugar en aquel piso donde vive su amiga Elena, la chiquilla que lo sabe todo y todo lo organiza a su gusto porque la casa entera y la familia están a sus pies. Luego, cuando se haga de noche, Isabel subirá al desván, donde vive con su madre, pues de su padre sabemos lo justo como para no hacer más preguntas.
El futuro pide paso y pronto habrá que ir a la farmacia para comprar litines y charlar con Luisito, el hijo del farmacéutico, que toca las trenzas rubias de Isabel como si en ese gesto se le fuera la vida, mientras en el caserón sigue el trasiego de vecinas y la calle se abre con nuevas propuestas. El barrio entero se convierte en un personaje más de este espléndido retablo de Madrid a principios del siglo XX, un lugar y un momento que Rosa Chacel ilumina con su talento para recrear su propia infancia desde las emociones en estado puro.
Barrio de maravillas, que se nutre de la vida de la autora pero es a la vez una espléndida novela, nos muestra un «yo» recordado y narrado con todas las armas de la buena literatura: las balas llegan lejos y pueden servir de guía para las nuevas generaciones.
«En Barrio de maravillas pienso hacer mi caricatura despiadada, como solo Cervantes la hizo.»
Rosa Chacel