Desde su exilio en Calahorra, los caballeros navarros vencidos en la guerra de la Navarrería de 1276 ni olvidan ni perdonan. Los ocho años que han transcurrido desde entonces, no han contribuido a restañar las heridas. Lo han perdido todo: sus bienes y sus tierras han sido confiscados y sus apellidos han quedado marcados con el infamante calificativo de banido. Mientras luchan por preservar su estatus en Castilla, el reino que les prometió ayuda frente a los franceses y que les abandonó en el último momento, los desterrados no dejan de mirar a Navarra, a la espera de una señal que les permita regresar y recuperar todo aquello que les fue arrebatado. Pero lo que llega a Calahorra no es la ansiada señal, sino la noticia de que su líder, García Almoravid, ha sido apresado y ejecutado. En medio del abatimiento y acechado por las sombras de la traición, su hermano Fortún decide pasar a la acción, y no duda en utilizar todos sus recursos, particularmente a su hija Johana y a su hijo Martín, para que los Almoravid recuperen el lugar que una vez ocuparon en el viejo reino.